HABLA GABRIEL JARABA
La crisis catalana no es, en el fondo, tal cosa. Es un experimento de
alcance europeo cuya dimensión estratégica parece pasar desapercibida.
Es, para decirlo ásperamente, un test de resistencia de materiales. Y
está dirigido no solamente a los catalanes sino a los españoles y a los
europeos en general. El test consiste en experimentar hasta qué punto la
ciudadanía en general y las instituciones internacionales están
dispuestas a tolerar y soportar una democracia autoritaria y en qué
grado, no sólo en España sino en todos los países de la UE.
Estamos en el extremo occidental de Europa y no en Turquía, por tanto el
test no se puede realizar a la Erdogan sino a la Rajoy-Felipe. La
prueba consiste en hacer una
interpretación musculada de la constitución y las leyes de modo que
cualquier gesto de recorte democrático pueda achacarse al respeto de la
legalidad. En tiempos de crisis económica, desempleo y precariedad
laboral, temor por las pensiones y demás, la prueba es pertinente:
¿hasta qué punto están los ciudadanos dispuestos a soportar una
democracia no ya tutelada por militares sino asumida de buen grado
mediante la justa combinación de conservadurismo social, nacionalismo
español y reclamación de autoridad y mano dura? Lo que en otros países
es ascenso electoral de la ultraderecha aquí es el experimento mismo de
esa ultraderecha instalada en el poder ejecutivo y apoyada por el poder
judicial y el legislativo (Cs pero también PSOE).
Lo
interesante, digamos, del asunto es ver cómo ciudadanos españoles
demócratas, legítimamente orgullosos de ser y sentirse españoles,
transigen con el experimento realizado en carne viva ante sus ojos y
asienten afirmando que lo que sucede son “consecuencias” de no acatar la
ley, “deslealtades” y “desafios”. Tanto es así que no hay ni un solo
diario editado en Madrid que disienta de tal planteamiento, con lo que
el cuarto poder se ha sumado a esa siniestra colusión.
Las
miradas internacionales están atentas al experimento no porque sientan
prevención ante lo que suceda con Cataluña sino para comprobar cual va a
ser el resultado del test de materiales. Para obrar en consecuencia,
como por ejemplo Macron cuando se disponga a aplicar a Francia una
reforma laboral de caballo con disturbios en las calles.
La
cosa no podría estar más clara, y sin embargo ahí están esos
escandalizadísimos cuarentones asintiendo ante la ultraderecha
gobernante y reinante por mor de la patria y la constitución. Veremos
cosas graves, no sólo en Cataluña sino en toda España y en Europa.
Este autoritarismo aceptable no se impondrá como el fascismo del siglo
XX, por la propaganda y la persuasión. Nos hallamos en una nueva etapa
en la que la argumentación persuasiva del siglo XX (propaganda política y
publicidad) ha dado paso a la manipulación y operación directa del
poder sobre el ciudadano. El asentimiento de este no se basa ya en la
persuasión sino en la asunción de las dos formas más antiguas de
dominación, el halago y el miedo, una u otra o ambas a la vez. El PSOE
ha sido altamente sensible en esta cuestión al posicionarse bajo el ala
de Rajoy porque quiere estar entre quienes puedan ofrecer orden a una
ciudadanía que lo reclama cada vez más explícitamente (y porque si Rajoy
concurriera hoy a elecciones obtendría mayoría absoluta).
El
experimento transeuropeo de la resistencia de materiales se produce, a
pesar de los ladridos de Trump, en un clima de pax americana
generalizada que nadie quiere romper. De hecho, el capitalismo viene
realizando este test repetidas veces desde que se planteó la pregunta
capital: ¿puede obtenerse productividad, provecho y prosperidad sin
pagar el precio de la democracia? El test realizado en los años 30 no
tenía como objeto la guerra sino la derrota de las clases trabajadoras;
como ahora. La resolución del test de resistencia en forma de guerra no
es obligatoria ni inevitable. No aspira a eso el sistema sino a
consolidar de una vez por todas la lógica de dominación. De momento el
capital financiero ha ganado la batalla al capital industrial, en eso
consistía lo que se ha dado en llamar crisis. Después de dos guerras
mundiales ya conocen hasta qué punto la guerra destruye los tejidos
productivos. Por eso no ha habido una tercera guerra mundial en el siglo
XX, con y sin URSS.
El adelgazamiento extremo de la democracia
va pareja con la aspiración neoliberal al solucionismo tecnológico,
como teme Evgeni Morozov. El capitalismo financiero triunfante confía en
él para resolver las contradicciones últimas del macrosistema. El
problema es que los robots no producen plusvalía (y de ahí las
investigaciones sobre superalgoritmos, inteligencia artificial y
ordenadores cuánticos). Por ello no renuncia a tener a mano el
autoritarismo, la dilución de la democracia y en última instancia la
guerra. Trump es, a su nivel, también un test de resistencia de
materiales, en este caso de la democràcia en EE UU y del orden mundial
basado en la pax americana.
Veremos y viviremos tiempos
interesantes, de acuerdo con la clásica maldición china. Por cierto,
digamos de paso, con otro experimento de desarrollo económico máximo sin
democracia, como es el caso chino y bajo la presidencia de Xi Jinping;
no por casualidad ese experimento tiene entre sus máximos valedores y
entusiastas a Henry Kissinger y de seguir la dubitación timorata europea
y la chifladura trumpiana se erigiría en la tercera vía realmente
existente.
Pensando de este modo, uno intuye que la revolución
socialista vislumbrada por Marx y las condiciones de exacerbación de las
crisis capitalistas no era para inicios del siglo XX sino para mediados
del siglo XXI. Me atrevo a intuir que hacia el 2040. Entonces se hará
realidad lo de o socialismo o barbarie. Mientras tanto, piensen en
términos de test de resistencia de materiales.
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